En 2018, Amazon cerró una de sus muchas inversiones aparentemente infalibles: Ring, la start up dedicada a comercializar cámaras de vigilancia que permiten a sus compradores contemplar en tiempo real qué está sucediendo tanto en el interior como en el exterior de sus viviendas. Su producto estrella, un timbre de videovigilancia que se instala en la puerta de cada hogar, cuesta menos de 200€ y facilita un streaming permanente del umbral de entrada, y sólo abierto a cada usuario. A priori, una herramienta de seguridad perfecta. Sabes qué está pasando en tu casa en cada momento, estés donde estés.
El problema. Sucede que varias investigaciones periodísticas llevaban meses tras una pista inquietante: Ring había formalizado acuerdos de colaboración con centenares de departamentos policiales de Estados Unidos. Es decir, la aplicación permitía a los mandos policiales, siempre sin autorización judicial, contemplar qué estaba sucediendo en el interior y muy especialmente en el exterior de la vivienda. En la calle. Hoy Ring ha hecho públicas sus colaboraciones. Resultado: más de 400 comisarías del país pueden espiar qué está sucediendo en las casas de sus usuarios.
Escándalo. Como es natural, la cuestión ha abierto un debate sobre los límites de la privacidad en un país, por lo demás, acostumbrado durante las dos últimas décadas a ceder derechos en favor de una mayor seguridad. Los usuarios participan de forma voluntaria en el programa, lo que facilita a la Policía un mirador sobre los vecindarios (y la intimidad de sus habitantes) sin necesidad de una orden judicial. Es público que Ring invita a los departamentos de policía a promover y promocionar tanto las cámaras de vigilancias como su aplicación.
Es un win-win para ambas partes. Los primeros ganan penetración de mercado con el marchamo de confianza que otorga la policía; los segundos ganan una herramienta de vigilancia de posibilidades infinitas.
Dinero. Las promociones son explícitas e implícitas. Por ejemplo, algunas comisarías del país han recibido dispositivos de Ring gratuitos para repartirlos entre la población. Los departamentos ofrecen descuentos suculentos o concursos mediante los que ganar alguna de las cámaras. Las condiciones de colaboración entre ambas partes son estrictas, y fijadas por Ring: a menudo, los policías se tienen que referir a la aplicación en los términos explícitamente marcados por su gabinete de prensa, y están obligados a fomentar su uso entre la población.
Los ayuntamientos no han sido ajenos a esta dinámica. Muchos gobiernos municipales han subvencionado la compra de dispositivos Ring con hasta $100.000 extraídos de las arcas públicas. Dinero del contribuyente destinado a vigilar y espiar al contribuyente.
Racismo. Cada usuario de Ring participa en Neighbors, una app comunitaria donde los vecinos crean hilos y suben imágenes de posibles crímenes cometidos en su barrio, en una versión 2.0 de las históricas patrullas vecinales. La aplicación ejerce de foro, ya sea para denunciar robos como para identificar a «visitantes desconocidos». Diversos reportajes han descubierto como la mayor parte de acusaciones tienen un componente racial. Los sospechosos suelen ser afroamericanos, a menudo erróneamente identificados, lo que cierne la sombra de la duda sobre cualquier hombre negro que pase por la zona.
Es improbable que la participación de la policía estadounidense, célebre por sus sesgos raciales, contribuya a tamizar la victimización.
¿Preocupante? Sí, porque muchos usuarios pueden no ser conscientes de hasta qué punto los dispositivos de Ring invaden su privacidad. Por ejemplo: todos los empleados, mayoritariamente ubicados en Ucrania, pueden acceder al contenido de las grabaciones en tiempo real. Ring utiliza sus cámaras para testar sistemas de reconocimiento de voz y de imagen (a largo plazo, incluyendo la facial), y es incierto, dada la naturaleza poco transparente de los acuerdos, hasta qué punto toda esa información puede terminar en manos de la policía.
Por otro lado, Ring no sólo «vigila» a sus clientes, quienes lo aceptan de buen grado. También a cualquier persona que se acerque o entre en la casa. El problema surge de las dinámicas ya conocidas en Facebook: aún no somos conscientes de cómo (ni quién) utilizan nuestros datos las empresas tecnológicas, pese a que los cedamos. En un contexto de creciente preocupación por la privacidad digital, como ya demostrara FaceApp, Ring lleva el dilema tres pasos más allá.